Ir más allá de la ausencia de objetos




Pregunta: ¿Cuál es nuestra verdadera naturaleza?

Francis Lucille: No es un objeto. No es algo que pueda ser percibido por los cinco sentidos o que pueda ser concebido a través de la mente. Nuestra naturaleza falsa es siempre algún tipo de objeto. El cuerpo, por ejemplo, es un objeto. Es una colección de percepciones, sensaciones y conceptos de lo que nuestro cuerpo es. La mente es un objeto también. Sin embargo, nuestra verdadera naturaleza no es un objeto. 

Es muy difícil hablar sobre ello porque las palabras y la estructura del lenguaje están diseñadas para referirse a objetos. No tenemos palabras para hablar de algo que es no-objetivo. Tenemos que usar metáforas o negaciones a tal efecto. Así que decimos que no somos nuestro cuerpo, no somos nuestra mente. Y aún así, somos. Nuestra existencia es algo de lo que estamos absolutamente ciertos. Todo lo demás podría ser un espejismo, una ilusión, un sueño. Incluso si este fuera el caso, aún no tendríamos dudas de que existimos.

Nuestra verdadera naturaleza es elusiva. No podemos verla, tocarla, concebirla o alcanzarla. Por otro lado, es lo único de cuya existencia podemos estar seguros. Pensar sobre ello de esta forma, decir lo que no es, inconscientemente nos orienta hacia nuestro origen atemporal. Nos situamos a su alcance. Eso es todo lo que podemos hacer, estar abiertos a ello. No podemos hacer que se revele. Se revela a sí misma a su propia discreción como la verdad, belleza, amor e inmortalidad. 

Pregunta: ¿Quieres decir que no se revela en algunas situaciones, como las no bellas? ¿Por qué no se revela todo el tiempo?

Francis Lucille: Puede que se revele todo el tiempo y estemos mirando para otro lado. Muy a menudo el mejor lugar para ocultar un objeto es ponerlo a plena vista. Nuestro verdadero yo, tan cercano y tan luminoso que no se puede ver con los ojos, tiene su escondite en la inmediatez del ahora.

Nos gustaría verlo todo el tiempo, como un objeto delante de nosotros, pero es imposible, porque los objetos vienen y van, nacen y mueren. Su belleza yace en no ser un objeto. Si fuera un objeto podríamos perderlo y lo perderíamos. Ya que es lo que somos, no podemos perderlo. Lo que nos impide verlo, serlo conscientemente, es nuestro deseo de verlo como un objeto. Esta actitud es lo que podemos llamar “mirar en la dirección equivocada”. 


Así que la pregunta es ¿cuál es el lado correcto?.  Incluso si miramos hacia el lado no-objetivo, tenemos que afrontar el hecho de que la ausencia de objetos es otro tipo de objeto. Así que, tenemos que ir más allá de la ausencia de objetos. Tenemos que alcanzar la ausencia de su ausencia, que se revela a sí misma como nuestra presencia todo-prevalente, que todo lo abarca.

Al principio, intentamos mirar a nuestra verdadera naturaleza como si fuera un objeto. Entonces entendemos que este intento está condenado al fracaso. A continuación, lo miramos como la ausencia de un objeto, y en algún punto entendemos que esta búsqueda, también, está abocada al fracaso. Finalmente nos encontramos en un estado de no-conocer, un estado en el que la mente ha agotado todas sus posibilidades y no tiene ningún sitio más al que ir. Llegamos al entendimiento de que la mente no puede alcanzar esta consciencia luminosa que la ilumina y nos quedamos quietos. 

Tenemos que hacer amistad con este no saber, acostumbrarnos a esta nueva dimensión, descubrir que no es “nadedad”. La presencia silenciosa no es una mera ausencia de pensamientos. Está viva. Es vida en sí.

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